Allí estaba ella, sentada bajo la tenue luz del sol poniente, su pequeño cuerpo temblando por el viento frío. Un par de ojos, que antes bri...
Allí estaba ella, sentada bajo la tenue luz del sol poniente, su pequeño cuerpo temblando por el viento frío. Un par de ojos, que antes brillaban con sueños y esperanza, ahora miraban fijamente a la distancia. No entendía por qué el mundo de repente le había dado la espalda. No sabía qué había hecho para merecer que la dejaran atrás.
La encontré allí, al costado del camino, sola y abandonada. Su frágil cuerpo contaba la historia del abandono, pero fueron sus ojos los que me destrozaron. Estaban llenos de una súplica silenciosa, una pregunta sin palabras: ¿Por qué?
Sus sueños eran simples: ser amada, sentirse segura, pertenecer a un grupo. Esos sueños le habían sido robados en el momento en que alguien decidió que ya no merecía su tiempo, su atención o su amor. En el momento en que la dejaron de lado, no solo perdió su hogar, sino también la creencia de que era importante.
Se me partió el corazón cuando me arrodillé a su lado. El mundo parecía tan injusto, tan insoportablemente cruel. Podía sentir su dolor en la forma en que se estremecía ante mi tacto, como si esperara más dolor. Pero lentamente, mientras le susurraba palabras tiernas y extendía los brazos con manos temblorosas, me dejó abrazarla.
Y fue entonces cuando llegaron las lágrimas: lágrimas por sus sueños rotos, lágrimas por la inocencia que le habían arrebatado y lágrimas por cada alma, humana o animal, que alguna vez sintió el dolor de ser abandonada.
En ese momento, le hice una promesa silenciosa a ella y a mí mismo: ella nunca más estaría sola. Haría todo lo que estuviera a mi alcance para recuperar los sueños que había perdido y demostrarle que el amor todavía podía existir en este mundo, incluso después de las traiciones más profundas.
Su camino hacia la sanación no sería fácil, y el mío tampoco. Pero juntos podríamos enfrentar la oscuridad y buscar la luz. Porque nadie merece ser olvidado. Nadie merece perder sus sueños.
A veces, basta con que una persona vea los pedazos rotos y decida que vale la pena salvarlos. Para ella, yo seré esa persona. Y espero que un día, cuando me mire a los ojos, vea sus sueños reflejados en ella; sueños que ya no están perdidos, sino encontrados, alimentados y apreciados para siempre.
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